Las cartas que nunca escribí
El recuerdo constante del poco tiempo que tomamos para decirnos lo que nos hacemos sentir.
Hace tiempo deambula en mi mente ese tema: Las cartas que nunca escribí. Todo eso que estaba destinado a ser dicho y jamás se dijo, jamás se escribió. Es curioso, tanto que decir sin decirlo. Sí, soy de esas personas, esas personas que repiten una plática en la regadera, que repasan cada una de las palabras que dirán, que escribirán. De esas personas que repasan frase por frase qué decir en una conversación.
Pero claro, nunca se dicen, nunca se escriben; nunca sale como debería de ser. Y así se dejan pasar, se dejan al aire como un invento de lo que pudo ser y ya nunca será. Y así, queda el constante sentimiento de ¿qué hubiera pasado?, ¿hubiera dicho esto, aquello?, ¿hubiera sido diferente?
Pensar en las cartas que nunca escribí me genera algo de melancolía. Hay tanto que podemos decir en un momento predeterminado y que dejamos para después. Cuánto cambiaría una conversación por el simple hecho de escuchar y decir, de evitar egoísmos, de evitar el “¿qué dirán?”, y simplemente, dejar presente nuestro sentir. Creemos que tenemos todo el tiempo del mundo para decir todo lo que queremos decir, y no, no es así. El tiempo se va, y se van con él nuestras palabras.
Es complejo pensar en las cartas que nunca escribí. Podrían ser para ti, esa persona que marcó mi vida por hacer algo extraordinario, esa persona que me invitó e incitó a crecer, ese amigo de la infancia que recuerdo con alegría, esa pareja que me rompió el corazón y nunca me atreví a decir nada y dejé que pasara una vez más, esa persona con la que fui mi peor versión, esa persona que veo diario y algún día dejaré de ver, esa persona que ya no está en mi vida por un incidente inexplicable, esa persona que extraño demasiado, esa persona que sé que ya no veré jamás.
Las cartas que nunca escribí son muchas y tienen muchas caras. Muchas caras y muchas emociones, tan distantes como distintas, tan apegadas como desapegadas y tan dispares como racionales. Las cartas que nunca escribí también me recuerdan lo finito del tiempo, lo poco que tenemos el uno con el otro, el poco tiempo que me tomo en decir lo que pienso, el poco tiempo que tengo para decirte cómo me haces —o hiciste— sentir.
Las cartas que nunca escribí son ese recuerdo constante del poco tiempo que tomamos para decirnos lo que nos hacemos sentir. Algo de verdad, genuino, que abrace, que se sienta. Que perdure en la memoria como los muchos momentos que compartimos juntos. Esos momentos que solo viven en nosotros, dentro de nuestros corazones, porque somos lo que dejamos en nuestros corazones, y nos tomamos tan poco tiempo en decirlo, en hacerlo sentir.
La prisa del momento, del instante, el agobio constante de la cotidianidad es lo que nos lleva a no expresar, no hablar, no decir. Vivimos en un mundo tan personal, tan individual, que no lo decimos, no lo escribimos en su momento. Hasta que, claro, ya es demasiado tarde, tan tarde que ahora pienso en las cartas que nunca escribí.
Por eso, si estás leyendo esto, nunca te vayas sin decir, te quiero. Si estás leyendo esto, te quiero.
Te quiero, te quiero❤️🩹